dissabte, 13 d’agost del 2016

Història dels jueus mallorquins



Historia de los judíos mallorquines
Del blog Crónicas de Palma, de Bartomeu Bestard
Cronista de Palma


La presencia documental judía en la isla de Mallorca se remonta al siglo V, aunque algunos autores apuntan la posibilidad de que hubiesen llegado antes. La comunidad hebrea supo adaptarse, no sin grandes dificultades, a las diferentes colonizaciones de la Isla. Por ejemplo, tras la conquista islámica del siglo X, no pocos judíos pasaron a formar parte del alto cuerpo funcionarial de la nueva administración musulmana, y quizás ello explique que muchos de ellos viviesen en las inmediaciones del palacio del Valí (actual palacio de la Almudaina).

Cuando Jaime I asaltó la ciudad y conquistó la isla no atacó a la comunidad judía, antes al contrario, la protegió –cien años antes (1115) ya lo había hecho su tatarabuelo el conde de Barcelona (Ramón Berenguer III), durante el asalto y razia de la capital mallorquina– y se sirvió de la preparación intelectual de muchos de sus miembros. El monarca otorgó salvoconductos a todos los judíos extranjeros que quisiesen desplazarse a vivir a Mallorca. Los judíos participaron, tanto del reparto de bienes de la porción real, como de la del conde del Rosellón, Nuño Sanç. Del primero recibieron varias propiedades, entre las cuales destacó la extensa área contigua al Palacio de la Almudaina, área que la documentación denomina Almudayne judeorum, que no es sino el solar que a finales del siglo XIII ocuparían –paradojas de la historia– los dominicos para construir su convento. La historiadora Margalida Bernat sitúa la sinagoga de aquel call (o barriada judía) en el lugar en que hoy se encuentra el Parlamento Balear (en la calle Palau Reial), la cual empezó a funcionar a mediados del mil doscientos. De Nuño Sanç recibieron propiedades ubicadas en el área que tenia como ejes principales las actuales calles de Jaume II (antes Bastaixos, y más antiguamente des Segell) y la de Sant Bartomeu (antes dels Jueus). Ese barrio era conocido como el Callet, o, como denominó siglos más tarde el cronista Vicenç Mut, el Call Menor. Este barrio también contaba con una sinagoga, que Bernat localiza en el actual callejón de la Reixa, al principio de la calle de Sant Bartomeu.

Durante los años posteriores a la conquista, la vida de la comunidad judía –la aljama- no sufrió grandes sobresaltos, acaso algunas disputas internas entre los hebreos autóctonos y los recién llegados. Parece ser que los problemas empezaron a surgir con los primeros balbuceos de la nueva diócesis mallorquina, que no hizo grandes esfuerzos por disimular sus recelos hacia los judíos. Por ello, Jaime II, hacia el año 1300 –momento clave en que el monarca dio un impulso definitivo a la organización y estructuración del reino de Mallorca–, asesorado por el obispo Ponç Desjardí, ordenó que los judíos se trasladasen a vivir a una nueva zona de la ciudad, más alejada del epicentro de la urbe. En este traslado también estaban incluidos los vecinos hebreos del Callet o Call Menor. El nuevo barrio, fruto de la unión de los dos antiguos, fue denominado Call Mayor, y se ubicó en la parte levantina de la ciudad, en la partita vocata Templum et Calatrava. Éste se articuló a partir de unos ejes viarios principales identificados actualmente con las calles de: Sol, Montesión, Posada de Monserrat y Sant Alonso. Al igual que en los anteriores, se levantó un muro –murum grossum– a su alrededor que lo delimitaba. Se accedía a su interior a través de cuatro puertas: la Puerta Mayor, ubicada en la intersección de las calles Padre Nadal, Sol, Montesión y Santa Clara; la Puerta de L’Aberaudor del Temple, situada en la confluencia de las calles Sol y Pelleters, frente al castillo del Temple; la Puerta de las Torres Llevaneres, que se encontraba a la altura de la parte central del actual convento de Ses Jerònimes – cuya calle, por cierto, se ha conservado fosilizada en el interior del convento–; y finalmente, la Puerta de Santa Clara, frente al portal de dicho monasterio. A partir de la creación del Call Mayor, todos los judíos tuvieron la obligación de vivir y dormir allí, aunque pudieron mantener los locales de sus negocios fuera del recinto.

Los judíos tuvieron una organización política, administrativa y social paralela a la cristiana: la aljama. Ésta regulaba íntegramente sus vidas. Organizada jerárquicamente, tenía al consejo de ancianos –constituido normalmente por siete venerables– como institución de máxima autoridad. La sinagoga era un punto crucial en la vida de los judíos ciutadans. Era el lugar de culto y de enseñanza. Aunque en principio solo estaba permitido el funcionamiento de una única sinagoga, el Call, a lo largo de su complicada historia, dispuso de tres. La primera que se construyó, estaba emplazada en el solar de la actual iglesia de Montesión –la sinagoga mayor–. A pesar de tener unas dimensiones más bien discretas, destacó por su magnífica decoración y empaque. Jaime III la definió como de curiosam et valde formosam. No hay tiempo en tratar las vicisitudes que sufrió este templo a lo largo de su historia, sólo decir que su uso fue intermitente. Finalmente, tras el asalto al Call de 1391, fue comprada por Jaume Despuig, quien la reconvirtió en un templo cristiano bajo la advocación de Nuestra Señora de Montesión, y así se la encontraron los jesuitas en el siglo XVI. Una segunda sinagoga se construyó en el actual solar del Seminario Viejo, en la parte que da a la calle Posada de Montserrat, aunque se usó como sinagoga no más de quince años, pues también fue destruida con el asalto de 1391. Finalmente, una tercera sinagoga –la sinagoga nova– fue construida gracias a la donación testamentaria de Aaron Mani (1370) quien dejó escrita la voluntad de que se levantase una sinagoga en su casa. No se sabe cuando se erigió, pero sí se sabe que desapareció también tras el asalto. A pesar de la brutalidad de los hechos de 1391, las conversiones no fueron tan masivas como se ha dicho en más de una ocasión. El Call, aguantando grandes calamidades y vejaciones, pudo subsistir cerca de cuarenta años más. Sin duda, ayudó a su supervivencia la llegada de unos ciento cincuenta inmigrantes judíos portugueses. Fue ese colectivo el que compró la sinagoga de Aaron Maní y la volvió a rehabilitar. Su ubicación se encontraba en la actual calle Pelleteria, a la altura del Forn d’en Miquel. Duró pocos años, pues en 1435, todos los judíos mallorquines fueron obligados a convertirse al cristianismo. Algunos pudieron huir, mientras que para otros comenzó otro calvario que se mantendría durante siglos. Sólo los grandes pueblos como el judío son capaces de resistir tanto y tener tanta esperanza… tal como se puede vislumbrar en poemas como el de Marian Aguiló en Albada: L’estrella més pura/ poruga ja guaita/ tremola agradosa/ dellà la muntanya./ Benhaja l’estrella, l’estrella de l’alba!…

La resistencia judía en Mallorca. El caso singular de los chuetas

Desde la plena Edad Media, la Iglesia observaba con preocupación el incremento de judíos que se iban asentando en España (Sefarad), especialmente en las ciudades. No exagera la historiografía actual al considerar a la Sefarad medieval como el mayor centro hebraico de Europa. Como es sabido, el proceso desembocó, ya en época de los Reyes Católicos, en la creación de la Santa Inquisición y el posterior fatídico decreto de conversión forzosa de los judíos, provocando el éxodo de miles de hebreos a Portugal, Turquía, Ámsterdam, Marruecos, Liorna… En el caso de Mallorca, esta calamidad se había adelantado más de medio siglo, pues en 1435 se había declarado la Ley de Moisés caduca, y prohibida su creencia y observancia en todo el Reino. Como es lógico, un decreto no puede provocar que alguien deje de creer en lo que cree. Con ello quiero decir que los forzados a bautizarse, todos, en su ser más íntimo, siguieron siendo judíos. Ahora bien, a partir de aquí estos conversos se comportaron de manera diferente: unos huyeron a lugares dónde pudiesen seguir siendo judíos libremente; otros dejaron que su descendencia quedase asimilada y diluida entre los mallorquines cristianos “viejos” (es el caso de los Duzay, los Bonet, o judíos que se habían bautizado adoptando apellidos cristianos como Muntaner, Morro, Berard, Sureda, Moyà…). Éstos, en pocas generaciones, quedaron integrados totalmente entre los cristianos mallorquines, llegando a olvidar por completo sus orígenes judíos. Una tercera y última opción para los conversos, fue la de permanecer en Mallorca pero manteniéndose fieles al judaísmo, eso sí, en la más estricta intimidad de la familia o del pequeño grupo suprafamiliar, ocultando sus creencias al resto de la sociedad. Esa tercera opción fue seguida por no pocas familias conversas que, a pesar del paso de los años, no quedaron asimiladas en la sociedad cristiana. Este grupo, al perseverar en el judaísmo, no realizaban matrimonios “mixtos” y, por tanto, siguieron casándose exclusivamente entre los fieles a la fe de Moisés. Al mismo tiempo, habían podido heredar las propiedades que sus antepasados habían salvado tras el asalto al Call de 1391. Estos inmuebles estaban situados en la antigua y pequeña judería del Callet (el barrio de las actuales calles de Jaume II, Sant Bartomeu, Bosseria i Argenteria). Este último grupo de judaizantes, que con el paso de los años serán denominados chuetas (del catalán jueu, juetó, xuetó, xueta), sintieron siempre que formaban parte del pueblo Israel, el pueblo elegido, depositario de la Ley otorgada por Dios a Moisés en el monte Horeb, en el Sinaí.

Y aunque, como ya se ha dicho, todo este asunto fue llevado con la máxima discreción, el resto de los ciudadanos no tardaron en percatarse de la existencia de esas “vidas paralelas”.

A pesar de ello, tal como apunta Francesc Riera, durante los siglos XVI y la primera mitad del XVII, la persecución inquisitorial hacia los judíos permaneció medio dormida. En la vida cotidiana de la ciudad, los grupos mantuvieron las distancias, pero de una forma más o menos pacífica. Otros autores, como Ángela Selke, apuntan como una de las causas de esa pacificación, la corrupción de algunos inquisidores, virreyes o procuradores reales los cuales se dejaban sobornar por la comunidad chueta.

Sea lo que fuere, esta situación cambió radicalmente a partir de 1672, momento en el cual la maquinaria inquisitorial puso en marcha un proceso que involucró a un gran número de vecinos del carrer del Segell (es decir del Callet). Las causas de este golpe de timón se deben buscar, básicamente, en la confluencia de dos circunstancias: por un lado el aspecto religioso y por otro el económico. El religioso porque, lejos de extinguirse, el judaísmo en la isla, se estaba fortaleciendo gracias al contacto con comunidades judías del extranjero; y por el otro, porque algunas familias chuetas se estaban haciendo un hueco entre la oligarquía palmesana. Ello levantó suspicacias por parte de la Inquisición y el patriciado urbano.

Sin extendernos más en el tema, las consecuencias fueron detenciones e interrogatorios en masa, y el encarcelamiento de una parte importante de la comunidad chueta. A parte de todo esto, se confiscaron la mayoría de sus bienes. Las acusaciones, propiciadas por testigos como mercaderes, criadas o malsines, eran muy claras: “los de la Calle del Sagell eran tan judíos como los de Liorna”. Fueron acusados de mantener los preceptos del judaísmo: observaban el Sábat, “rabinaban” los animales (es decir, los mataban siguiendo el rito judío), celebraban la pascua hebrea (Pesaj), los viernes, al inicio del Sábat recitaban la bendición del vino (Barahá)… El proceso acabó en 1679 con el resultado de 218 chuetas condenados a penas pecuniarias, y prisión, pero no se ejecutó a nadie. Todos ellos fueron ridiculizados y sufrieron el escarnio público al ser obligados a pasearse por las calles de Palma con los sambenitos. Este juicio significó la ruina de muchos judaizantes, al mismo tiempo que propició la huída en cuenta gotas de algunos de ellos de la Isla, para poderse integrar libremente en comunidades judías del extranjero. Es necesario recordar que los judíos tenían prohibido dejar la Isla desde época medieval, para salir de Mallorca necesitaban un salvoconducto que muy pocos conseguían.

La comunidad que permaneció en Palma, a pesar de la gran represión de la década de los 70, continuó perseverando en la fe de los hebreos. La Inquisición lo sospechaba. La situación a finales de los 80 del siglo XVII se volvió insostenible para los chuetas, por lo que planearon una huida en grupo. Como es sabido el plan se fue al garete por culpa de una tormenta que no dejó zarpar el barco inglés que debía conducirles hacia la libertad. Fueron apresadas 88 personas, de las cuales 33 fueron ejecutadas a garrote vil y luego quemadas y tres fueron quemadas vivas por mantenerse fieles en la fe: el rabino Rafel Valls y los hermanos Rafel y Caterina Tarongí. Con este macabro acto se iniciaba una nueva pesadilla: la brutal discriminación a los quince apellidos que conformaban en aquellos momentos la comunidad chueta, discriminación que se extendería hasta las últimas décadas del siglo XX. Después de quinientos años de resistencia, en la actualidad, en Mallorca, algunos chuetas han regresado al judaísmo y se reúnen los viernes y sábados en la sinagoga palmesana al igual que lo hicieran siglos atrás sus antepasados.

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